28 de Marzo de 2024

-Día del Niño, hambriento 

Por Ricardo Rocha

Científicamente, el hambre es un mecanismo de defensa que alerta al organismo de la necesidad de nutrientes. Pero si el hambre no es saciada, se produce una desesperante sensación de vacío; movimientos intestinales y se incrementan exponencialmente procesos en los que intervienen el cerebro y sus sentidos, el sistema nervioso periférico, los órganos de la digestión, sobre todo estómago y páncreas; además de alterar innumerables neurotransmisores y hormonas.

Privarse de alimentos durante 10 horas o más perjudica la salud mental y física. En el caso de los adultos, el deseo de comer se hace prioritario y se diluyen los valores morales; el hambre extrema y por periodos largos puede tener efectos deshumanizadores que llevan al robo, el asesinato e incluso al canibalismo. Recuérdense casos como los sobrevivientes de los Andes.

Pero en los niños, los efectos del hambre son devastadores y para toda la vida. Pesan menos de dos kilos al nacer, cuando el mínimo de la OMS es de dos kilos y medio. La desnutrición en los niños hambrientos es una larga lista de carencias de proteínas, calorías que significan energía y micronutrientes básicos. En México, estos pequeños parecen de cinco años si tienen siete, o de dos, si tienen cuatro; presentan arrugas en la piel pegada a los huesos y ojos hundidos, secos y fijos; no ven con claridad; no corren, caminan muy poco; tienen las panzas hinchadas de parásitos; y cuando el hambre los fustiga al extremo, simplemente duermen. Luego, entran a un periodo poco conocido, que es la “emaciación”, una penosa etapa de su vida que conduce a una pérdida de peso sustancial, pero además a la muerte por males tan comunes como el sarampión o la diarrea; y en caso de sobrevivencia a enfermedades degenerativas y a un deterioro no sólo físico, sino mental, cada día más grave.

A ver, el cerebro es el órgano que más rápidamente crece en condiciones de normalidad; pesa 35 gramos al nacer y a los 14 meses debe alcanzar ya los 900 gramos. Pero cuando hay desnutrición no sólo se detiene el crecimiento, sino que además comienzan a presentarse diversos tipos de atrofias cerebrales; para empezar, cada vez más graves deficiencias cognitivas, un sustancialmente bajo aprendizaje básico y una degradación sistemática en el desarrollo como persona.

Pero todavía más, el hambre es una amenaza no sólo para la vida de los individuos, sino también para su dignidad y la sociedad en su conjunto. Provoca apatía, pérdida del sentido social, indiferencia y a veces violencia ante la negativa de grandes grupos que se resisten a morir o sobrevivir apenas, condenados a la degradación.

En México, de 120 millones que somos, hay 60 millones de pobres. De ellos, 30 millones están en lo que eufemísticamente llamamos pobreza extrema y que en cristiano significa miseria. 20 millones de ellos son menores. Pero lo más grave es que según los más recientes estudios del Coneval­Unicef, hay cuatro millones 600 mil niños que padecen hambre todos los días en este país. Y yo pregunto, ¿qué sentido tienen las cifras de productividad y crecimiento, los indicadores de la Bolsa de Valores, las reformas estructurales, las polémicas sobre nuevas leyes, los gigantescos aparatos de gobierno, partidos y aun los medios de comunicación, si hemos condenado a muerte a nuestros niños? 

¿No es hora ya de cambiar este criminal modelo económico?