24 de Abril de 2024

-Calidad

Por Julio César Vega Olivares

Calidad significa hacer lo correcto cuando nadie está mirando”. Henry Ford

Sin duda el concepto denominado “competitividad” se integra con varios elementos, algunos no relativos al proceso de producción, es decir, a la productividad y la calidad, sino a la superestructura, tales como gobierno eficaz, sociedad incluyente, estado de derecho, manejo sustentable, que más bien parecen elementos políticos que productivos, pero que interesan más a nuestros acreedores internacionales que a nuestros competidores en el mercado.

Pero existen dos elementos que me parecen fundamentales dentro del proceso productivo, por una parte, la productividad que se ha venido incrementando con el uso de maquinaria y tecnología moderna, y por la otra, la derivada de la honestidad y la mejoría del producto, que redunden en mayor confianza y satisfacción del consumidor, me refiero a la calidad de los productos.

La calidad es una característica o elemento del producto que le establece una mayor preferencia por el consumidor, ésta es ideal cuando el precio no se incrementa, y a veces, aun con una diferencia en el precio se prefiere por el consumidor, por proporcionarle un mayor grado de satisfacción, como dicen los franceses: el precio se olvida; la calidad perdura.  

Aunque esto hace crisis en el sector alimentario, ya que la calidad no sólo es resultado de los insumos utilizados, sino también del cumplimiento de normas internacionales y nacionales, en el contenido de sustancias potencialmente tóxicas o cancerígenas, que son poco verificables para el consumidor, y si bien  esto debe ser interés del productor, también lo es de la autoridad responsable; sin embargo existen productos en los cuales la calidad puede ser falsificada, y ahí entra el interés público.

La frase acuñada de “Lo hecho en México está bien hecho”, nos parece simple mercadotecnia, que no es posible sostenerla en los hechos; lo cierto es que en México la calidad no está cuantificada ni verificada correctamente, ni es un objetivo de política económica y parece que tampoco de salud pública. Así, muchas veces nos damos cuenta de que el producto no está dentro de los rangos permitidos de sustancias potencialmente cancerígenas o tóxicas a nivel nacional  o internacional, cuando hay quejas en el extranjero, esto aún para los productos importados, pues estos países venden en México lo que en sus propios países no les permiten; así cuando en otros países se quejan de determinado producto, no le queda más remedio a México que tomar medidas. Es el caso del pollo importado con Newcastle; cuando Canadá cierra su frontera, suspendemos las importaciones, pero no sabemos si después de arreglado el asunto con Canadá, el pollo ya comprado y refrigerado se siguió vendiendo en México, y en el pasado próximo, recordemos la carne con clembuterol, el caso de los vinos y licores, de los cuales se estima que entre el 45 y el 50 por ciento, cerca de nueve millones de cajas de las 18 que se consumen en el país, están adulteradas. Apenas la semana próxima pasada se anunció un decomiso de más de un millón de litros de alcohol destinado a la fabricación de licores adulterados.

Recordemos también el caso de la leche radiactiva, asunto sin resolver en su momento, de la cual no sabemos si muchos casos de cáncer son resultado de su ingesta, y que actualmente nos venden suero importado como leche, o leche fabricada con aceites vegetales, cosa que afecta a nuestros niños. Importamos carne  vieja, sobrerrefrigerada, que ya no se consume en el país de origen, como de primera; en el caso del maíz o la masa nixtamalizada, no se nos indica en la envoltura si está libre de aflotoxinas, un poderoso cancerígeno; en el atún, en la lata no nos dicen si está libre de metales pesados, particularmente mercurio, ya que hay alerta internacional por ese motivo, igual los aceites de pescado y que causan daños sobre todo a los niños, y  lo más cotidiano, la gasolina de fabricación doméstica, en que tanto la calidad como la cantidad son motivos de fraude al consumidor  y de contaminación ambiental.

En las tiendas o farmacias, si uno no tiene previsión le venden productos caducados, simplemente los reetiquetan y listo, poniendo esta nueva etiqueta por encima de la original, y no sabemos quién certifica el agua que nos venden embotellada, y tampoco nos dicen qué tipo de plástico utilizan, ya que hay algunos que contaminan el agua, igual en los garrafones, tampoco traen etiqueta, con resultados del análisis del agua que bebemos; tampoco nos informan de la calidad del agua potable del servicio público. Algunos productos traen una etiqueta, pero no dicen mucho de lo más importante, o simplemente mienten impunemente, pues parece que nadie los verifica, todo esto genera gran desconfianza en el consumidor y posiblemente daños a la salud no cuantificados; en el caso de los embutidos, no mencionan la cantidad de nitritos, nitratos y nitrosaminas, sustancias que son potencialmente cancerígenas; esto también es aplicable a las verduras y al agua potable, donde se permiten sólo 50 mg/litro, y también para los cosméticos que usan las mujeres para su arreglo personal.

Existen normas mexicanas, la nom-213-ssa-1-2002, que obliga a los fabricantes a dar cuenta de las especificaciones sanitarias, en tipo y cantidad de los contenidos, que parecen letra muerta.

 

Igual los productos “milagro”, que se siguen vendiendo impunemente, dañando nuestra salud o, en el mejor de los casos, engañándonos; creo que la Procuraduría del Consumidor debería tener mayores facultades para investigar, verificar y consignar a los defraudadores públicos, y que alguien debe verificar que la Secretaría de Salud cumpla con su trabajo de proteger la salud de los mexicanos y no se siga comerciando con la salud del pueblo de México.