19 de Abril de 2024

La semana pasada siete de los 10 partidos registrados se levantaron de la mesa del Consejo General del INE cuando una mayoría de seis de los 11 consejeros electorales votó por retrasar la discusión sobre la regulación para que los programas sociales no sean utilizados con fines electorales. Es un tema urgente, dada la exitosa y tramposa campaña del PVEM y el respaldo de las instituciones gubernamentales como el ISSSTE y el IMSS para elevar la votación de ese partido. Es normal que el PRI respalde a su partido satélite pues, confiado en que habrá un segmento importante de ciudadanos que no tiene idea de lo que es el Verde ni lo que representa, restituya a través de él los escaños que el PRI pierda por su inevitable desgaste. Y por eso algunos publicistas del PRI dicen que su mensaje es de amor y paz, de felicidad para todos (lo que recuerda la “República amorosa” de AMLO), porque los punteros no deben pelearse con nadie, y porque confían que, pese al “dizque” descontento (las comillas son de ellos), el PRI junto al Verde mantendrán la mayoría absoluta de la Cámara Baja. Y que la abstención será la de siempre, por lo que el “descontento” no se notará. Tienen razón; al menos que haya alguna novedad en el resultado electoral, el descontento —con el gobierno o con la clase política en general— no se verá reflejado en las urnas. Tanto PRI como los demás partidos podrán decir que, ¿cuál “descontento”, si todo siguió igual?

Al Verde no le preocupa en lo más mínimo lo que de diga 90% de la ciudadanía, así lo odie a muerte; sólo le interesa captar a un 10, 11 (o quizá más) por ciento de ilusos para sus fines financieros (no tiene fines políticos). Y eso no le es difícil con un electorado desinformado y con una buena campaña publicitaria, como la que está llevando a cabo, incluso por encima de las autoridades electorales, a las que mucho caso no les hace (y el costo por su desacato es mínimo). Es normal que el PRI respalde a su partido paraestatal, pues a todas luces le ayuda a recuperar por la puerta de atrás muchos de los votantes que se han alejado del PRI (y que no tienen idea de que votar por el Verde es votar por el PRI). Tampoco extraña que agencias del gobierno (priista) se presten a la trampa, incluso si incurriesen en un delito electoral (al fin que la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales ha sido y sigue siendo una burla).

Lo que inquieta es que las autoridades electorales se muestren tan complacientes con el Verde. En el INE es claro ese apoyo, y no de todos los consejeros, pero sí de la mayoría de seis, como se reflejó nuevamente el miércoles pasado. Y es que de esos seis, cuatro forman un sólido bloque priista, encabezado por el beltronista Marco Antonio Baños. Son los consejeros que el PRI propuso en el reparto de cuotas, suficiente además para bloquear cualquier decisión de mayoría calificada que pueda importunar a sus partidos (el PRI y el Verde), como lo es el cambio de quien tan útil les fue en 2012 desde la Unidad de Fiscalización del INE.

Los siete partidos de oposición que se levantaron del Consejo General recriminan la existencia de este bloque. Pero deben asumir las consecuencias de una fórmula apoyada por todos: el reparto de cuotas partidistas. ¿Por qué les extraña que las cuotas del PRI en el Consejo decidan y voten en función de su partido (y su paraestatal)? Para eso son las cuotas. Cosa distinta es que los consejeros por ellos nombrados les fallen, y en lugar de comportarse como sus respectivas cuotas adquieran autonomía en sus decisiones (ha pasado, aunque no sea la norma). O peor aún, que empiecen a votar sistemáticamente con otro partido rival. Parece ser este último caso el de Benito Nacif, propuesto y ratificado por el PAN, y el de Javier Santiago, formalmente cuota del PRD (que incluso lo apoyó para ser el primer presidente del IEDF en 2000). En efecto, la relativa autonomización de los consejos locales (los OPLES) sirve de poco cuando la cúpula del INE está sujeta todavía al reparto de cuotas. No hay pues de qué extrañarse con lo ocurrido.