28 de Marzo de 2024

Se discuten en las cámaras legislativas federales, los ordenamientos que pongan límites legales a la monstruosa corrupción que asola a México. Nada más urgente y necesario para atajar a ese flagelo de mil cabezas que es uno de los mayores males sociales que soporta la nación.

Lo imperativo de la solución del problema no permite la menor dilación. Es de urgente e inaplazable atención. Nadie lo ignora. Tampoco nadie ignora que su erradicación cae en los terrenos de algún nuevo Hércules criollo, limpiar los establos de Augías, rey de la Elide; acabar con la corrupción en México, cuya magnitud puede sin exageración superar  los que la mitología atribuye a ese personaje de la antigua Grecia.

Mal endémico, casi consubstancial a toda organización humana en cualquier región del planeta pero que en algunas sociedades se hinca con mayor poder destructivo. En México el azote no es coyuntural, es sistémico. Ha tomado dimensiones enormes y el daño causado es también de proporciones mayúsculas.

¿Qué hacer para remediar tan insufrible maldición social? No hay una respuesta a la mano. El asunto es de tan grave raigambre que pareciera insoluble. Forma parte del ser nacional. Nadie, nadie puede arrojar la primera piedra de la inocencia. En la mayor maquinación o en la más inocua mordida, todo el mundo ha caído. ¿Consistirá en celebrar El Día Internacional Contra la Corrupción? El remedio es de risa loca, una puntada, una burla.

Forma parte de un sistema corrompido en todos sus niveles. Sobran explicaciones. Frente a un estado de cosas tan enraizado se antoja muy difícil erradicar el maleficio. Sin embargo habrá que intentarlo. Lo peor que se puede hacer es no hacer. Cruzar los brazos y dejar que la serpiente se devore a sí misma. Habrá que acudir a algunos pasajes del pasado mexicano.

Después de las luchas caudillistas magnicidas de los generales revolucionarios, por el poder de la República, después del porfiriato antidemocrático; cuando el país comienza a discurrir por el camino de la institucionalización, cuando el partido político en el poder se vuelve revolucionario institucional y pregona el sufragio efectivo y la no reelección, cuando termina el militarismo y comienza el civilismo, empieza también el tránsito a la corrupción.

Con la insólita gestión de Adolfo Ruiz Cortines, las demás administraciones sucumbieron en mayor o menor grado a pavimentar el ingrato camino de la corrupción. El manejo discrecional del petróleo, los contubernios con los poderosos sindicatos de las grandes organizaciones tanto al servicio del Estado como de las empresas privadas, se sumaron a un frenesí de acciones no muy convenientes para la salud pública, pero si muy provechosas para intereses de gobernantes y de particulares que se tornaron en magnates de la gran industria y los negocios.

Ejemplos: incontables a partir de la segunda mitad del siglo XX. Baste repasar sin mucho esfuerzo y sin detalle, dada la prolijidad de casos, algunos de los momentos estelares de la corrupción: la venta de plazas, las enajenaciones de bienes y servicios de la nación a particulares, como Telmex. Los orígenes nebulosos de las concesiones de la televisión a mediados del siglo pasado. La aparente defensa de los trabajadores no gubernamentales, por líderes de centrales obreras poderosísimas cuyo ejemplo es Fidel Velázquez y la CTM; sinecuras de poder pagadas con canonjías políticas y cargos de elección popular para mediatizar la fuerza real del trabajador “organizado”.

Concesiones de ferrocarriles nacionales a empresas extranjeras, apropiación de vastas zonas ejidales que después se transformaron en fabulosos negocios de venta de fraccionamientos, como Cuidad Satélite en los límites del Distrito Federal y el Estado de México. Devaluaciones del peso con avisos preventivos a compadres, familiares y amigos. Créditos para el desarrollo nacional con Pemex de garantía.  Bueno, mejor pararle hasta ahí pues sólo son una mínima parte de la multitud de botones de un infinito muestrario.

Cuando los estamentos sociales sucedáneos o menores vieron que esa era la tónica, siguieron el desorden y la corrupción se popularizó hasta llegar a la calle en forma de mordida  por infracción de tránsito o de policía por “faltas a la moral”, pasarse un alto o para acelerar un trámite administrativo en alguna ventanilla. Así creció y se extendió la perniciosa corrupción.  Y para lamentabilísimo  infortunio, se volvió parte de la cultura nacional.  

Cambiando radicalmente de  tema, en otro orden muy diferente, surge en Veracruz el polémico asunto electoral de la gubernatura de dos años. Punto peliagudo. Unos que si, otros que no. El fondo y su desenlace sólo lo conocerá: “la cuchara”.

Pero, quienes ingenuamente crean que los intereses políticos locales son los que ganarán, pueden llevarse la indeseable sorpresa de que existen intereses políticos nacionales que no cederán la plaza, llegado el caso en 2016. Habrá que esperar, para ver. Conste.

Reapareció el Diputado Juan Nicolás Callejas. Enhorabuena.