20 de Abril de 2024

14 años de ausencia física, más no de presencia cotidiana en el recuerdo de su herencia como Hombre de Estado.

Don Fernando Gutiérrez Barrios fue recipiendario de un conjunto de atributos, sólo conferidos por el destino a unos cuantos escogidos.

Siempre cordial, preocupado, caballeroso, como se le reconoció en su momento cuando inmerso en multitud de problemas delicados, cuya solución requería ante todo templanza e inteligencia, con sabiduría y hasta elegancia supo señalar el camino para llevar adelante los graves asuntos que el encargo de sus diversas, altas, responsabilidades demandaban en el cumplimiento de su deber, código de estricta observancia, que jamás soslayó.

Qué distinto país el que vivió Don Fernando al actual. Cuánto ha cambiado en apenas un poco más de una década toda aquella estructura en que se movía el poder público, transformándose negativamente, para seguir un camino descendente que parece no tener posibilidad de frenar.

El rumbo está perdido, desbrujulado, la alternancia en el manejo del gobierno no fue la esperada vía democrática para encontrar un mejor destino nacional. Por el contrario, pareciera que a partir de 2000, cuando la oposición al antiguo régimen priista llega al poder de la federación, año en que fallece Gutiérrez Barrios, comienza un deterioro gradual pero incontenible del país.

Se dijo y se dijo bien, “cómo se extraña a Don Fernando”, quien frente a serias dificultades que pusieron en riesgo la estabilidad de algunos sectores y en no pocos casos hasta la gobernabilidad, supo encontrar como método eficaz el diálogo con razón, la conciliación con armonía, el convencimiento con argumentos, utilizando así la más conveniente ruta para superar anteponiendo, sobre todo, el supremo interés de la nación.

Hombre de finas hechuras, en un afortunado interregno, gobernador de Veracruz. Don Fernando, templado en el crisol del bien quehacer, dueño de una exigencia interior por cumplir sus responsabilidades a cabalidad, afrontó y enfrentó actividades siempre complejas, como la seguridad nacional, durante tiempos en que se produjeron movimientos contra la paz pública en determinados puntos del territorio del país, valiéndose de la inteligencia en dos vertientes, la suya connatural y la ahora muy disminuida, prácticamente nula, inteligencia gubernamental, reconocida entonces y ejemplarmente aplicada por él.

Era otro México, no el actual donde la crisis se convirtió en vivencia cotidiana, casi deleznable programa de gobierno o pretexto de impasibles inútiles, con la economía maltrecha y sin horizonte de salida; el sector primario, el campo y la agroindustria, antes de autosuficiencia y excedentes exportables, hoy sometido a abandono imperdonable; la educación sin mejora objetivable; PEMEX un día sostén y motivo de fortaleza estratégica en incontenible declive; la corrupción junto con la impunidad y la inseguridad muy extendidas, alcanzando fácilmente a cuerpos policiacos y a juzgados y tribunales.

Los antes referentes de orgullo, como el ejército, ahora sometido a un fuerte desgaste y bajas mortales; la iglesia tradicional, refugio espiritual, hoy justificadamente cuestionada. Y en este descenso de la sociedad civil, tantas y cuantas plagas, más y mayores que las bíblicas del antiguo Egipto, han cebado sobre las cabezas de los mexicanos.

Por eso, por lo que representó Don Fernando, sin caer en las nostalgias huecas de un país que ya no existe, en ocasión de su conmemoración luctuosa, recordamos su acento que permanece como un paradigma de conducta pública valiosa. ¡Cómo se extraña a Don Fernando!